El mundo HABLA FATAL Y LE ENCANTA hacerlo.

 

 
     


Introducción

El mundo HABLA FATAL y ya es hora de que nos demos cuenta. No se trata únicamente de cuestiones superficiales como la gramática, fonética, fonología o semántica, sino de algo mucho más profundo y desalentador, pues, nos hemos habituado a un lenguaje que distorsiona la realidad, y lo hacemos por tres razones fundamentales: la pereza, los intereses ideológicos y nuestra tendencia a ser reduccionistas. Este ensayo busca desentrañar cómo estos factores afectan y deforman nuestra percepción a través del lenguaje y reflexionar sobre la necesidad de una comunicación más precisa y significativa, totalmente desprovista de los vicios mencionados.

La Pereza Lingüística

La pereza en el uso del lenguaje nos arrastra a seguir la corriente sin cuestionar el significado y la precisión de las palabras que utilizamos. Por lo general, nos confirmamos por el simple hecho de que "lo dice la mayoría", pero que lo diga la mayoría no lo convierte necesariamente en vedad, pues, "está equivocados en grupo no significa tener razón". 

Los ejemplos son abrumadores: tomemos la expresión "violencia de género". No toda agresión de un hombre hacia una mujer pertenece a esta categoría. Existen múltiples razones detrás de cualquier conflicto. Sin embargo, utilizamos "violencia de género" de manera genérica, como si no existiesen otras modalidades de violencia, simplificando así la complejidad de las relaciones humanas y obviando que el término "género" en sí es una construcción social.

Designar como "Violencia de Género" a cualquier agresión de un hombre a una mujer, equivale a considerar que, el resto de modalidades de violencia han dejado de existir o, simplemente, se han tomado unas vacaciones, dejando el puesto totalmente libre. Además, la "violencia de género" nunca se concibe al revés, de mujer a hombre, lo cuál agudiza cada vez más nuestra pereza lingüística y nuestra visión sesgada de la realidad.

Otro ejemplo es el término "racismo". Aunque describa una situación real de discriminación y prejuicio, la noción de "razas" es engañosa porque biológicamente, las razas no existen. Las diferencias cutáneas son meras adaptaciones al entorno natural. Sin embargo, el término persiste, en parte por nuestra pereza para adoptar un lenguaje más preciso que refleje estas realidades.

Hablar de racismo es como quién discrimina a su hermano de sangre y genes, solo porque su cuerpo tiene mucha más melanina o vitamina D, solo porque tiene el pelo rubio, rizo o rizado, o porque su nariz u hojos los tiene achicados. Por lo general, no hay sentido racional en el mal llamado "racismo", sino una fuerza ideológica más que nos conduce a la perdición.

El término “latino”, no solo corresponde a los habitantes de Latinoamérica, sino a todos aquellos que pertenecen a los países que tienen una lengua romance, pero resulta que, por pereza, preferimos considerar exclusivamente a ciertos países de América, mientras que a ellos se les debería unir Francia, España, Guinea Ecuatorial, etc.

La droga de las ideologías

Los intereses ideológicos también moldean cómo hablamos. Las palabras y frases se manipulan para servir a ciertos propósitos y agendas. El uso del término "americano" para referirse exclusivamente a los estadounidenses es un claro ejemplo. Este uso excluye a brasileños, argentinos, canadienses, mexicanos y otros habitantes del continente, reflejando una visión sesgada y reduccionista.

El término "cultura europea" sugiere una homogeneidad que no existe. Europa es un continente de vastas diferencias culturales, históricas y sociales. Sin embargo, la insistencia en una "cultura europea" puede servir para fomentar una identidad común en ciertos contextos políticos o económicos, ignorando las realidades diversas de sus habitantes.

El concepto de Dios o dios es otro ejemplo de cómo el lenguaje se utiliza para imponer autoridad. Escribir "Dios" con mayúscula otorga un carácter divino y supremo, mientras que "dios" en minúscula sugiere una figura menos imponente. Esta simple variación gramatical refleja cómo la religión y la autoridad se moldean a través del lenguaje para influir en las creencias y comportamientos de las personas.

En lo objetivo, la "política" es una práctica exenta de violencia y corrupción, pero por las ideologías, ya parece normal que esté sumida en el engaño y la demagogia. Estos problemas están profundamente arraigados en muchas prácticas políticas actuales, lo que convierte a sus practicantes más en delincuentes institucionales que en políticos genuinos.

El vicio del Reduccionismo

Nuestra tendencia a ser reduccionistas nos lleva a simplificar realidades complejas, perdiendo los matices importantes. Por ejemplo, el término "hombre blanco" es una simplificación que no refleja la verdadera diversidad de la apariencia humana. Del mismo modo, la frase "los jóvenes son el futuro" es otro ejemplo de reduccionismo. Esta afirmación simplifica una realidad mucho más compleja. Los jóvenes serán el futuro, pero no son el futuro actualmente. Este juego de tiempos verbales engaña a varias generaciones, perpetuando una visión estática del progreso y el cambio social. Por otra parte, los jóvenes serían el futuro desde el presente si pudiesen tomar las decisiones que podrían determinar su futuro.

El término "cínico" también ha sufrido una transformación. Originalmente, el cinismo era una filosofía que promovía la independencia de las posesiones materiales y el vivir de acuerdo con la naturaleza. Hoy en día, la palabra "cínico" se utiliza para describir a alguien que es deshonesto o carece de sinceridad, distorsionando su significado original.

El "conocimiento" nunca debe considerarse un arma, por mucho que hubiese sido dicho por Mandela. Hoy, se ha convertido en un arma en lugar de una responsabilidad. Utilizamos el conocimiento para manipular y controlar en lugar de para educar y empoderar. Esta distorsión del propósito del conocimiento refleja cómo nuestras intenciones pueden corromper algo que debería ser intrínsecamente positivo.

Finalmente, la "ignorancia" se usa frecuentemente como un chivo expiatorio para justificar atrocidades humanas. Sin embargo, la ignorancia en sí no es una motivación para la acción; sino de inacción. La ausencia de conocimiento sobre cómo proceder, nunca nos hace proceder, pero acabamos haciéndolo movidos por cualquier otro estimulante excepto la ignorancia. Usar la ignorancia como culpable solo nos sirve para evadir la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones.

Conclusión

El lenguaje que usamos moldea nuestra percepción del mundo y, a su vez, el mundo en el que vivimos. Hablar mal no es solo un problema de comunicación, sino un reflejo de cómo pensamos y actuamos. La pereza, los intereses ideológicos y nuestra tendencia a ser reduccionistas distorsionan la realidad y perpetúan malentendidos y prejuicios.

Para crear un mundo más justo y comprensivo, debemos ser conscientes de cómo usamos el lenguaje. Necesitamos esforzarnos por ser más precisos, reconocer los intereses detrás de nuestras palabras y abrazar los matices que hacen de nuestra realidad algo complejo y diverso. Solo entonces podremos comunicarnos de manera que refleje verdaderamente la riqueza de la experiencia humana y nos permita avanzar hacia una comprensión más profunda y significativa de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

 

Que nuestras palabras sean puentes hacia la verdad, no barreras que nos separen de ella.


Comentarios

  1. Lo siento, 😢 , pero el apartado de pereza lingüística, no termino de comprenderlo.

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  2. Con "Pereza Lingüística", me refiero al conformismo de decir o llamar como "TODOS" lo hacen, sin necesidad de cuestionamiento. Y lo cierto es que, no porque "TODOS lo digan" es lo CORRECTO.

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